viernes, 13 de febrero de 2015

"Mi esperanza es inmortal"





El pasado año fue espeso y sofocante, con la sensación de que estaba todo a punto de explotar mientras mi piel se cuarteaba… Me costaba respirar a ratos y cantaba poco. Me miraba al espejo algunas mañanas y era aterrador: ¿cómo un ser humano puede acumular tanta tristeza en la piel? Misteriosamente, en mi trabajo, a los pacientes no les llegaba ni un ápice de mis días grises. De hecho, al final del año, me agradecieron con un entusiasmo cariñoso y luminoso, que les había transmitido ganas de vivir. Lloré después en silencio. Estas son las cosas mágicas de la vida: debe ser que mi sonrisa fue más fuerte que mi tristeza.

Un buen día empecé a bailar, y a los pocos meses pedía encarecidamente en cada movimiento que se terminara esta etapa de quietud y miedo. Quería encontrar otra orilla en el Río de la Plata después de más de 4 años durísimos. Como en círculos concéntricos, y como si fuera una danza derviche, se empezaron a mover los sentimientos. Y por fin explotó todo cuando ya mi piel no daba para más. 

Terminé el año con mi familia y en mi ciudad querida. Sentí un frío “rico” que me hizo quedarme muchas tardes en casa para disfrutar de meriendas interminables y charlas profundas. Confirmé muchas cosas: que me encanta comer y que amo la paella y el cocido madrileño de mi madre… (jaja) Que fue muy emocionante su recibimiento con su abrazo e interminables besos. Que adoro cantar con mi padre a dos voces y verle disfrutar tocando el piano. Que mi hermano es amoroso y extremadamente generoso. Que tengo una hermana que es brillante y preciosa. Y unos sobrinos con una gran sensibilidad y bondad.

Volví a Montevideo, y tras un pequeño shock nada más aterrizar, mi “esperanza es inmortal” porque sigo viva, porque vuelvo a cantar, escribir, y porque veo y siento un horizonte.