jueves, 27 de mayo de 2010

Hay canciones que te hacen volar...


(Se lo dedico a todos mis amigos/as y colegas musicoterapeutas para que sigamos resonando entre todos, y construyamos un mundo más sano y lleno de emociones sonoras)

He llegado al trabajo, y como de costumbre, he leído el blog de Ramón Lobo. Nada más leer el título del post de hoy, Hay canciones que te hacen volar, me he dicho: Gabi, en un rato estás llorando seguro...; y así ha sido... La música es maravillosa y muy poderosa; y sí, nos hace volar, nos hace reír, volver a los lugares donde hemos sido felices, o todo lo contrario... Hay melodías que se nos meten dentro del cuerpo, hasta lo más profundo, y como un resorte salen en diferentes momentos para llevarte a alguna parte... Y hay acordes, y voces, que se posan en nuestra piel y forman parte de nuestra identidad, de nuestra forma de ser... y que cuando alguien nos roza, hace que vibremos y sonemos para poner luz a este mundo que se ahoga y que grita... Gabriela Giorgeta


Hay canciones capaces de desenterrar vivos a los muertos y vestir de gala las memorias más tristes. Todos tenemos una, dos o cien. Son aquellas que están grabadas a fuego en algún lugar del cerebro y cuando el oído escucha los primeros compases alerta a todos los sentidos, se eriza la piel y las lágrimas se acumulan poco a poco, o de golpe, detrás de los ojos dispuestas a vaciarse y a mostrar nuestra debilidad.

Somos una máquina de recuerdos, hermosos y tristes. Quizá vivir sea eso, saber recordar. Quizá vivir sea aprender a estar entre fantasmas, a conversar con ellos, pedirles y darles consejo. El aroma de un perfume lleva escrito el tacto de una piel, una nariz o una lengua que recorre un cuerpo en busca de las zonas del descontrol. El sabor de un vino es capaz de hacerte volar a Cádiz o a Roma y despertarte en una cena repleta de sonrisas y silencios cómplices… Olores, sabores, personas… Siempre pensé, y escribí en una novela, que la vida es un poco esto, la acumulación de canciones, una lista de músicas, cada una con su persona, su ausencia, su risa, su derrota, porque vivir es sobre todo una forma de derrota permanente, un ir trasteando subidos en un alambre sin medir el riesgo.

Mi lista de músicas vitales está casi repleta, y menos mal que inventaron el MP3 porque el cedé me auguraba una existencia corta. En estos días barceloneses marcados por la entrega de un premio que lleva impreso una memoria triste y alegre de un amigo, el Miguel Gil de Periodismo, se han despertado de golpe las playas inmensas de Sierra Leona, las habitaciones del hotel Cap Sierra de Freetown, los amigos alejados por el exceso de roce, los misioneros maravillosos y los niños ex guerrilleros. Pienso en una canción y me salen demasiadas porque debo de tener averiado algún mecanismo emocional, pero después de una breve lucha se impone una, la que escuché al sur de Lakka, cerca del río Numero Dos, acompañado por Abu y otros jóvenes ex guerrilleros con las rodillas hincadas en una arena blanca, los auriculares puestos, el volumen alto y los brazos extendidos, como si fuera a volar. Y volé.

Ramón Lobo

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